01 diciembre 2016

MIGUEL DE UNAMUNO - NIEBLA (5)

Fotografía de internet
(Todo colección)
Editorial Renacimiento. 1914 - primera edición
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NIEBLA (texto)
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Cap. XIX
[...]"Cuando doña Ermelinda llegó a casa y contó a su sobrina la conversación con Augusto, Eugenia se dijo: «Aquí hay otra, no me cabe duda; ahora sí que le reconquisto.»
Augusto, por su parte, al quedarse solo púsose a pasearse por la estancia diciéndose: «Quiere jugar conmigo, como si yo fuese un piano... me deja, me toma, me volverá a dejar... Yo estaba de reserva... Diga lo que quiera, anda buscando que yo vuelva a solicitarla, acaso para vengarse, tal vez para dar celos al otro y volverle al retortero... Como si yo fuese un muñeco, un ente, un don nadie... ¡Y yo tengo mi carácter, vaya si le tengo, yo soy yo! Sí, ¡yo soy yo!, ¡yo soy yo! Le debo a ella, a Eugenia, ¿cómo negarlo?, el que haya despertado mi facultad amorosa; pero una vez que me la despertó y suscitó no necesito ya de ella; lo que sobran son mujeres.»
[...]"Anunciáronle que una señorita deseaba verle. «¿Una señorita?» «Sí –dijo Liduvina–, me parece que es... ¡la pianista!» «¡Eugenia!» «La misma.»
[...]«Viene a conquistarme, a jugar conmigo como con un muñeco –se dijo–, a que le haga el juego, a que sustituya al otro...» Luego lo pensó mejor. «¡No, hay que mostrarse fuerte!»
[...]«¡A usted, don Augusto, le han engañado lo mismo que me han engañado a mí!» Con lo que se sintió el pobre hombre desarmado y sin saber qué decir. Sentáronse los dos, y se siguió un brevísimo silencio.
[...]–Y así, ¿podremos volver a ser amigos, buenos amigos, verdaderos amigos?
–Podremos.
[...] Volvióse Augusto, entró al gabinete, y al ver a Rosario allí de pie, con la cesta de la plancha, le dijo bruscamente: «¿Qué hay?»
–Me parece, don Augusto, que esa mujer le está engañando a usted...
–Y a ti ¿qué te importa?
–Me importa todo lo de usted.
[...]–La verdad es, chiquilla, que no te entiendo.
[...]–Como usted quiera. Pero fíese de esta chiquilla; fíese de... la Rosario. Más leal a usted... ¡ni Orfeo!
[...]Y se despidieron.
Y al quedarse solo se decía Augusto: «Entre una y otra me van a volver loco de atar... yo ya no soy yo...»
–Me parece que el señorito debía dedicarse a la política o a algo así por el estilo –le dijo Liduvina mientras le servía la comida–; eso le distraería.
[...] dejó de pronto Augusto la baraja sobre la mesa y preguntó:
–Di, Domingo, cuando un hombre está enamorado de dos o más mujeres a la vez, ¿qué debe hacer?
–¡Según y conforme!
–¿Cómo según y conforme?
–¡Sí! Si tiene mucho dinero y muchas agallas, casarse con todas ellas, y si no no casarse con ninguna.
[...]–Que a todos nos gusta, señorito, hacer papel y nadie es el que es, sino el que le hacen los demás.
–Filósofo estás...
–Así me llamaba el último amo que tuve antes. Pero yo creo lo que le ha dicho mi Liduvina, que usted debe dedicarse a la política.
–Sí, tiene usted razón –le decía don Antonio a Augusto aquella tarde, en el Casino, hablando a solas, en un rinconcito–, tiene usted razón, hay un misterio doloroso, dolorosisímo en mi vida. Usted ha adivinado algo.
[...]–¡Más, sí! De modo que usted tiene dos mujeres, don Antonio.
–No, no, no tengo más que una, una sola, la madre de mis hijos. La otra no es mi mujer, no sé si lo es del padre de su hija.
–"Y bien, ¿qué? –le preguntaba Augusto a Víctor ¿cómo habéis recibido al intruso?
[...]–¡No le llames así!
–Fue cosa tuya.
–Sí, pero no quiero oírsela a otro.
–Eso pasa mucho; el mote mismo que damos a alguien nos suena muy de otro modo cuando se lo oíamos a otro.
[...]Porque ya sabes lo que suelen decir los padres señalando a sus hijos: «¡Estos, estos son los que nos hacen viejos!» Ver crecer al hijo es lo más dulce y lo más terrible, creo. No te cases, pues, Augusto, no te cases, si quieres gozar de la ilusión de una juventud eterna.
–Y ¿qué voy a hacer si no me caso?, ¿en qué voy a pasar el tiempo?
–Dedícate a filósofo.
–Y ¿no es acaso el matrimonio la mejor, tal vez la única escuela de filosofía?
–¡No, hombre, no! Pues ¿no has visto cuántos y cuán grandes filósofos ha habido solteros? Que ahora recuerde, aparte de los que han sido frailes, tienes a Descartes,Pascal, a Spinoza, a Kant...
–¡No me hables de los filósofos solteros!
–Y de Sócrates, ¿no recuerdas cómo despachó de su lado a su mujer Jantipa, el día en que había de morirse, para que no le perturbase?
–No me hables tampoco de eso. No me resuelvo a creer sino que eso que nos cuenta Platón no es sino una novela...
–O una nivola...
–Como quieras."
Cap. XXIII
[...]"¡una idea, una idea luminosa, Orfeo! Convirtamos a la mujer, que así me persigue, en materia de estudio. ¿Qué te parece de que me dedique a la psicología femenina? Sí, sí, y haré dos monografías, pues ahora se llevan mucho las monografías; una se titulará: Eugenia, y la otra: Rosario, añadiendo: estudio de mujer ¿Qué te parece de mi idea, Orfeo?»
Antolín S. Paparrigópulos era lo que se dice un erudito [...]Su filosofía era la del malogrado Becerro de Bengoa, que después de llamar tío raro a Schopenhauer aseguraba que no se le habrían ocurrido a este las cosas que se le ocurrieron, ni habría sido pesimista, de haber bebido Valdepeñas en vez de cerveza.
[...]–Pero, bien, ¿qué opina usted de la psicología femenina? –le preguntó Augusto.
[...]–Habría que empezar por plantear una primera cuestión y es la de si la mujer tiene alma.
–¡Hombre!
[...]así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva
[...]–En efecto, la ciencia es comparación; mas en punto a mujeres no es menester comparar. Quien conozca una, una sola bien, las conoce todas, conoce a la Mujer.
......
A modo de comentario
Hay momentos muy divertidos en los capítulos de esta nivola. Para reír con Augusto evocando la imagen de las palabras de Víctor: "cuando anunciándoles Gervasio, recién casado, que se iba con su mujer a pasar una temporadita en París, le dijo: «¿A París y con mujer? ¡Eso es como ir con un bacalao a Escocia!» Lo que le hizo muchísima gracia a Augusto."
Una escena como la vida misma: "mendigo diciéndole: «¡Una limosna, por Dios, señorito, que tengo siete hijos...!» «¡No haberlos hecho!», le contestó malhumorado Augusto. «Ya quisiera yo haberle visto a usted en mi caso –replicó el mendigo, añadiendo–: y ¿qué quiere usted que hagamos los pobres si no hacemos hijos... para los ricos?» « Tienes razón –replicó Augusto–, y por filósofo, ¡ahí va, toma!» , y le dio una peseta, que el buen hombre se fue al punto a gastar a la taberna próxima."
"¡Me parece que sin darme cuenta de ello me voy enamorando... hasta de Liduvina!"
Y las confidencias a su perrillo: "Orfeo! Convirtamos a la mujer, que así me persigue, en materia de estudio."
Hay reminiscencias de detalles y escenas que hemos leído a Sánchez Rojas y a Azorín.

https://www.youtube.com/watch?v=AQdH3NUwGjU
Corazón loco
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6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Las reminiscencias son cosa también de época, claro. ¡Y qué acierto señalar lo divertido de la obra!

Abejita de la Vega dijo...

Un minucioso trabajo el tuyo, Gelu, hecho con cariño hacia el escritor. Un trabajo difícil porque en Niebla hay mucha niebla. Un tinglado filosófico y literario.
Me acordé de ti en el jardín del antiguo Hospital Militar, entre árboles centenarios y mucha historia de nuestra ciudad.

Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

Hay varias historietas populares incluidas en la novela, tenemos la del fogueteiro, que por sí merece una entrada, y esta tan sutil del mendigo, que termina con el gran tópico de dar limosna a quien no se lo merece. A lo mejor, como decía un comentarista, es tan mísera la limosna que les damos que el mejor destino es ese, el gastárselo en vino.

Como siempre, muy bien elegidos los detalles.

Gelu dijo...

Buenas noches, profesor Ojeda:

José Sánchez Rojas habló y publicó de las "graciosas ocurrencias" de don Miguel, y reconoció que el rector le había enseñado a pensar.
En esta nivola, el lector siente -también-, que le ocurre como al escritor albense.

Un abrazo

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

He seleccionado frases y párrafos, pero hay que leer completo y despacio, para reconocer el tono de los personajes, que -como marionetas- maneja don Miguel.
El Hospital Militar, otro de los lugares que -en sus paredes- guardará tantas historias.

Abrazos.

Gelu dijo...

Buenas noches, seña Carmen:

Es cierto, la leyenda del fogueteiro da para escribir largo sobre el amor, el orgullo, la envidia, las desgracias de la vida, la compasión… Y es por medio de las reacciones de Víctor y de Augusto, por las que don Miguel quiere que el lector se plantee la historia, para llevar a considerar en el caso del pirotécnico portugués “la fortuna de quedarse ciego”.
Divertidísimo el capítulo de la psicología femenina y la elección de Antolín, “erudito solitario que por timidez de dirigirse a las mujeres en la vida y para vengarse de esa timidez las estudiaba en los libros.”

Abrazo