dirigida por el profesor Ojeda
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[...]Las elecciones le infundían esperanzas de que, si el señorito, elegido diputado, salía de la huronera, de entre la gente inicua que lo prendía en sus redes, era posible que Dios le tocase en el corazón y mudase de conducta.
los cuartos y no pedirlos a una persona de conocida honradez, pongo por ejemplo, un servidor, va y los recibe de un pillastre, de una sanguijuela que le está chupando cuanto posee.
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[...]Si unas elecciones durasen mucho, acabarían con quien las maneja, a puro cansancio...
[...]-¿Pues no decía usted -gritó un día el Gobernador con vehementes impulsos de mandar al infierno al gran secretario- que la elección no sería muy costosa;[...]que la casa de los Pazos no soltaba un céntimo tampoco, porque a pesar de sus buenas rentas está siempre a la quinta pregunta?
[Trampeta]...-¡Catá! Los ha pedido a su suegro de Santiago; y como el suegro de Santiago no tiene tampoco una peseta disponible, como usted me enseña... héteme aquí que se los ha dado el suegro de los Pazos.
...-Pues se los ha facilitado el mayordomo,
...-Pues se los ha facilitado el mayordomo,
[...]... [el Gobernador]...- Y le conviene sacar diputado al señorito, para disponer de más influencia en el país y poder hacer todo cuanto le acomode...
[...]Primitivo, arrimándose a un servidor de usted o al judío, con perdón, de Barbacana, conseguiría lo que quisiese
[...]...-Porque Barbacana va con los curas a donde lo lleven. Ya sabe lo que hace... Usted, un suponer, está ahí hoy y se larga mañana; pero los curas están siempre, y lo mismo el señorío... los Limiosos, los Méndez...
Barbacana daba audiencia al Arcipreste de Loiro, que había querido ir en persona a tomar noticias de cómo andaban los negocios por Cebre, y se arrellanaba en el despacho del abogado, sorbiendo, por fusique de plata, polvos de un rapé Macuba,
[...]... Siempre que el arcipreste venía a Cebre, pasaba un ratito en el estanco y cartería, donde se charlaba de política por los codos,[...] oyéndose a menudo frases del corte siguiente: «Yo, Presidente del Consejo de Ministros, arreglo eso de una plumada». «Yo que Prim, no me arredro por tan poco». Y aún solía levantarse la voz de algún tonsurado exclamando: «Pónganme a mí donde está el Papa, y verán cómo lo resuelvo mucho mejor en un periquete».
Al salir de casa de Barbacana, encontró el arcipreste en la cartería al juez y al escribano, y a la puerta a don Eugenio, [...] Voy a ver los partes de los periódicos, y después nos largamos juntos.
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[...]a poco ambos eclesiásticos, envueltos en cumplidos montecristos, atados los sombreros por debajo de la barba con un pañuelo para que no se los llevase el viento fuerte que corría,
[don Eugenio]...a mí me gusta, como al que más, que la casa de los Pazos de Ulloa represente a Cebre; y si no fuese por cosas que todos sabemos...
[El Arcipreste] Amaba entrañablemente a don Pedro, a quien, como suele decirse, había visto nacer, [...]-Bien, hombre, bien -gruñó-, dejémonos de murmuraciones...
[...]El granuja de don Eugenio le dejó desahogar, y luego añadió: [...]-Que aún dicen cosas más serias -voceó don Eugenio,
[El Arcipreste] Una señorita que es la honradez en persona, de una familia tan buena, no despreciando a nadie..., ¡y calumniarla, y para más con un ordenado de misa!
[don Eugenio]-Pues también añaden...[...]-Atiéndame, que esto no lo dicen ellos, sino Barbacana. Que esa persona de la casa -Primitivo, vamos- nos va a hacer una perrería gorda en la elección.
[...]su montecristo se alzaba rápidamente a impulsos de una ráfaga mayor, y se volvía todo hacia arriba, dejando al
arcipreste como suelen pintar a Venus en la concha. Así que logró remediar el percance, hizo trotar a su mula.
[...]Amortiguada la primera impresión, no se atrevía Julián a interrogar a Nucha sobre lo que había visto.
[...]Aunque de suyo confiado, creía notar el capellán que le espiaban.
[...]un irresistible anhelo le obligaba a mirar a Nucha muy a menudo, reparando a hurtadillas si estaba más delgada, si comía con buen apetito, si se notaba algo nuevo en sus muñecas.
[...]La necesidad de ver a la niña acabó por poder más que las vacilaciones de Julián.
[...]Al capellán le pesaba en el alma la fundación de aquel hogar cristiano. Recta había sido la intención, y amargo el fruto. ¡Sangre del corazón daría él por ver a Nucha en un convento!
[...]La idea de no ver más a nené durante meses o años, de no tenerla en las rodillas montada a caballito, de quedarse allí, frente a frente con Sabel, como en oscuro pozo habitado por una sabandija, le era intolerable.
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[...]no podía, no sabía, no acertaba a dar un paso, a adoptar una medida -aunque ésta fuese tan fácil y hacedera como escribir cuatro renglones a don Manuel Pardo de la Lage
[...]-Dejemos que pasen las elecciones.[...]Las elecciones le infundían esperanzas de que, si el señorito, elegido diputado, salía de la huronera, de entre la gente inicua que lo prendía en sus redes, era posible que Dios le tocase en el corazón y mudase de conducta.
[...]¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! ¡Qué lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides!
[...]Tales amaños mermaron de un modo notable la votación del marqués de Ulloa, dejando cincunscrita la lucha, en el último momento, a disputarse un corto número de votos, del cual dependía la victoria.
[El Arcipreste]¿Por qué no le arrancó la careta a ese pillo? Si el señor marqués de Ulloa supiese que tenía en casa al traidor, con atarlo al pie de la cama y cruzarlo a latigazos... ¡Su propio mayordomo!
[Barbacana]Como esas casas no son más que vanidad y vanidad, por no confesar que le faltabanlos cuartos y no pedirlos a una persona de conocida honradez, pongo por ejemplo, un servidor, va y los recibe de un pillastre, de una sanguijuela que le está chupando cuanto posee.
[...] En la escalera se oía el ruido de los vencedores, que subían celebrando el fácil triunfo. Delante de todos entró don Eugenio, que se echó en una butaca partiéndose a carcajadas y palmoteando. El cura de Boán le seguía limpiándose el sudor. Ramón Limioso, serio y aún melancólico, se limitó a entregar a Barbacana el latiguillo, sin despegar los labios.
-¡Van... buenos! -tartamudeó el abad de Naya reventando de risa.
...[Barbacana]. Estos señores se vuelven cada uno a su casa. No hay cuidado ninguno. A mí... me basta con este mozo -añadió señalando al Tuerto, agazapado otra vez en su rincón.
[...]Tres héroes de la gran batida, y el arcipreste con ellos, salieron a caballo hacia la montaña. No iban cabizbajos
[...]Barbacana se quedó solo con el Tuerto[...] Sin duda hablaban de algo importante, porque la plática fue larga.
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https://www.youtube.com/watch?v=C11Es2GLImU
La Condesa de Pardo Bazán (2004) [1/4]
(1ª parte del programa del mismo título "La Condesa de Pardo Bazán )
(entrevista a Ana Mª Freire, (Profesora de Literatura de la UNED)
(traducido texto del 'off' en gallego del inicio)
(traducido texto del 'off' en gallego del inicio)
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