dirigida por el profesor Ojeda
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XXVII
P. Nieremberg
(imagen de internet)
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A modo de comentario
Han pasado ciento treinta años desde la aparición de esta novela de D.ª Emilia Pardo Bazán.
Llama la atención, su facilidad para escribir y para contar con naturalidad, valorando la dificultad que el dedicarse a esa tarea entrañaba para una mujer de su tiempo.
A destacar su gracia, y el humor con el que introduce comentarios aún en los momentos más serios.
Y el habla musical y cariñosa de su alma gallega queda patente, especialmente cuando Perucho dialoga con la pequeña nené, en el siempre precioso lenguaje de los niños.
Francisco de Quevedo.
canta: Paco Ibáñez
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XXVII
"La persona en quien se notó mayor sentimiento por la pérdida de las elecciones fue Nucha. Desde la derrota, se desmejoró más de lo que estaba, y creció su abatimiento físico y moral.
[...][el capellán]pocos días después, volviendo de Naya, se tropezó con el médico. Éste detuvo su caballejo, y, sin apearse, contestó a las preguntas de Julián.
-«Puede ser grave...». Quedó muy débil del parto, y necesitaba cuidados exquisitos [...] Las mujeres nerviosas sanan del cuerpo cuando se les tranquiliza y se les distrae el espíritu[...] Mire, Julián, tendríamos que hablar para seis horas si yo le dijese todo lo que pienso de esa infeliz señorita, y de esos Pazos... Punto en boca... Bonito diputado querían ustedes enviar a las Cortes[...] Más valdría que sus padres lo hubiesen mandado a la escuela...
(imagen de internet)
[...]Tenía Julián a la mano siempre un ejemplar de la Imitación de Cristo;[...]traducción
del P. Nieremberg
[...]A la misa en la capilla remozada asistía siempre Nucha, oyéndola toda de rodillas, y retirándose cuando Julián daba gracias
[...]Al alzarse, vio a Nucha también en pie, el índice sobre los labios. Perucho, que ayudaba a misa [...] La mirada de la señorita decía elocuentemente:
«Que se vaya ese niño».
[...]-Es preciso -declaró Nucha sin apartar de él sus ojos, más que vagos, extraviados ya- que me ayude usted a salir de aquí. De esta casa.
[...]es preciso acudir, para completarla, a las reminiscencias que grabaron para siempre en la imaginación del lindo rapazuelo, hijo de Sabel [...]
8 maravedís-Isabel II
(imagen de internet)
[don Julián] solía darle dos cuartos una vez terminado el oficio divino).
El primer recuerdo que Perucho conserva [...] al salir de la capilla, quedóse muy triste arrimado a la puerta, porque aquel día el capellán no le había dado cosa alguna.
[...]¡su abuelo le había prometido otros dos si le avisaba cuando la señora se quedase en la capilla después de oída la misa!
[...]colóse en la habitación baja donde despachaba Primitivo[...] Cuando el nieto entró, la cara pulimentada y oscura de Primitivo [...] Lleno de esperanza, alzó la voz cuanto pudo, y dio su recado. Que la señora estaba en la capilla, con el señor capellán [...] Que le habían despedido de allí.
[...] Primitivo salió corriendo hacia el interior de la casa [...]
[...]-¡Mis dos cuartos!
-Te doy cuatro en casa si me ayudas a buscar por el monte al señorito y le dices, en cuanto lo veas, lo que me dijiste a mí, ¿entiendes? Que el capellán está con la señora encerrado en la capilla y que te echaron de allí para quedar solos.
[...]Iba Primitivo distraído, con el propósito de reunirse a don Pedro, y no miraba a parte alguna. Llegó a atravesar por delante del muro. El niño entonces vio una cosa terrible, una cosa que recordó años después y aun toda su vida
[...] Y en medio de la confusión de su tierno cerebro, de los terrores que se reunían para apocarlo, una idea, superior a todas, se levantó triunfante.
[...]Perucho entró triunfante por la puerta del hórreo[...]
Niño riendo Londres,National Gallery.
[...]El rapaz se sentó sin soltar a la nena, diciéndole mil chuscadas y zalamerías a fin de acallarla, abusando del diminutivo que tan cariñosa gracia adquiere en labios del aldeano.
[...]Sofocada y furiosa, vociferando, moliéndolo a su sabor a pescozones y cachetes, arrancándole el rizado pelo y pateándolo, estaba el ama, más enorme, más brutal que nunca.
Tampoco Julián olvidará el día en que ocurrieron acontecimientos tan extraordinarios; día dramático entre todos los de su existencia, en que le sucedió lo que no pudo imaginar jamás: verse acusado, por un marido, de inteligencias culpables con su mujer, por un marido que se quejaba de ultrajes mortales, que le amenazaba, que le expulsaba de su casa ignominiosamente y para siempre; y ver a la infeliz señorita, a la verdaderamente ofendida esposa, impotente para desmentir la ridícula y horrenda calumnia. ¿Y qué sería si hubiesen realizado su plan de fuga al día siguiente?
[...] No olvidará aquellas inesperadas tribulaciones, el valor repentino y ni aun de él mismo sospechado que desplegó en momentos tan críticos para arrojar a la faz del marido cuanto le hervía en el alma, la reprobación, la indignación contenida por su habitual timidez
[...]No olvidará tampoco la salida de la casa solariega, ...En el suelo hay un bulto, un hombre, un cadáver.[...] Julián ha reconocido a Primitivo
[...]¡Ah! No, no olvida nada Julián. No olvida en Santiago, donde su llegada se glosa, donde su historia en los Pazos adquiere proporciones leyendarias,
[...]No olvida cuando el arzobispo le llama a su cámara, a fin de inquirir qué hay de verdad en todo lo ocurrido,[...] No olvida cuando éste dispone enviarle a una parroquia apartadísima, especie de destierro, donde vivirá completamente alejado del mundo.
[...] Y así pasa el tiempo, uniformemente, sin dichas ni amarguras, y la placidez de la naturaleza penetra en el alma de Julián
[...] Y en aquel rincón viene a sorprenderle el ascenso, la traslación a la parroquia de Ulloa, especie de desagravio del arzobispo.
Diez años son una etapa, no sólo en la vida del individuo, sino en la de las naciones.
[...]Al pisar el atrio de Ulloa notaba una impresión singularísima. Parecíale que alguna persona muy querida, muy querida para él, andaba por allí, resucitada, viviente, envolviéndole en su presencia, calentándole con su aliento. ¿Y quién podía ser esa persona? ¡Válgame Dios! ¡Pues no daba ahora en el dislate de creer que la señora de Moscoso vivía, a pesar de haber leído su esquela de defunción! Tan rara alucinación era, sin duda, causada por la vuelta a Ulloa, después de un paréntesis de dos lustros. ¡La muerte de la señora de Moscoso! Nada más fácil que cerciorarse de ella[...]"
Niños bebiendo agua de una fuente
(imagen internet-Todo colección)
[...]Oyó risas, cuchicheos, jarana alegre, impropia del lugar y la ocasión. Se volvió y se incorporó confuso. Tenía delante una pareja hechicera,
[...]¡Vaya si conocía Julián a la pareja!
[...] Mientras el hijo de Sabel vestía ropa de buen paño, de hechura como entre aldeano acomodado y señorito, la hija de Nucha, cubierta con un traje de percal, asaz viejo, llevaba los zapatos tan rotos, que puede decirse que iba descalza.
París, Marzo de 1886.
A modo de comentario
Han pasado ciento treinta años desde la aparición de esta novela de D.ª Emilia Pardo Bazán.
Llama la atención, su facilidad para escribir y para contar con naturalidad, valorando la dificultad que el dedicarse a esa tarea entrañaba para una mujer de su tiempo.
A destacar su gracia, y el humor con el que introduce comentarios aún en los momentos más serios.
Y el habla musical y cariñosa de su alma gallega queda patente, especialmente cuando Perucho dialoga con la pequeña nené, en el siempre precioso lenguaje de los niños.
Francisco de Quevedo.
canta: Paco Ibáñez
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