DEL AMOR Y DE LA AMISTAD
(Conferencia leída por su autor ante el micrófono de la radio
Ibérica de Madrid, a las once y media de la noche del día 13 de julio)
A las mujeres de Vigo dedico esta conferencia en un momento de turbación espiritual.
«¡Buenas
noches, mujeres españolas, buenas noches! Permitidme, señoras invisibles, que
converse con vosotras unos minutos. Estas noches de julio,
Y de sanos perfumes en las
eras,
que dijo el poeta de Castilla, mi pobre amigo José
María Gabriel y Galán: estas noches de trojes y de parvas, de espigas que
se tronchan al peso de su fruto, noches de sueños y de verbenas, se prestan
para la confidencia de oído a oído y de corazón a corazón. Y estas noches de
julio, al mismo tiempo -no lo olvido, señoras- noches de dolor para muchas
pobres madres que, pendientes de las noticias de Africa, rezan a los Cristos
sarmentosos en la soledad de las iglesias españolas por aquel hijo de sus
entrañas que defiende el honor de la bandera en las tierras inhóspitas del Riff.
No puedo turbar vuestro dolor, madres, con palabras triviales, ni quiero
deciros a las que no lo sois aún, galanterías al uso que más que gestos de
hombre que ama son contorsiones y piruetas de mico que desea. Ante unos ojos
que no me ven, pero ante unos oídos que me escuchan puedo permitirme la
elegancia moral de ser sincero. Además, las palabras -os decía no ha muchos
días desde esta misma cabina en que yo hablo, un hombre bueno, inteligente y
discreto, mi camarada Joaquín Aznar- ya no se las lleva el viento: las recogen
las ondas y las meten en nuestros oídos y en nuestros corazones. Si las ondas
transmitieran a la vez el silencio con todos sus matices y con todas sus
vibraciones, callando me entendería mejor con vosotras. Pero tengo que hablar y
quisiera administraros la palabra, fervorosamente y con unción, porque la
palabra más que un sonido, es un sacramento. Antes del mundo, fue el verbo,
dicen los libros santos, porque antes de hacer Dios el mundo lo nombró: la
palabra es el gran misterio antes de convertirse en luz. Las palabras matan y
las palabras dan vida. Una palabra os trajo la desgracia y otra os desposó con
la felicidad. Somos hijos de Dios, señoras, por eso, porque tenemos palabras,
porque un sonido físico pone al descubierto nuestro espíritu, porque la palabra
es el escudo que acredite nuestra divinidad y nuestra familiaridad con los
dioses.
Si no hubiera palabra, no habría amor tampoco. La palabra de amor,
de tan henchida de plenitud como está, es muchas veces trivial y bobita, ya lo
sé, pero es así porque encierra silencios que no pueden colmar las deficiencias
de nuestro tesoro mental y haces de luz que ciegan nuestra pobre sensibilidad,
hecha a las tinieblas. Un "¡te quiero!", dicho con emoción, es
el germen de todo el romancero español, y de la balada alemana, y del
endecasílabo toscano. Es la escena del jardín de Verona, cuando Romeo, delante de la sombra blanca de su
Julieta, oye el trino de los ruiseñores dentro de su corazón que salta. Un
"¡te quiero"!, susurrado en un minuto de verdad, es Beatriz caminando por el Puente Viejo,
es Leonor de Este enloqueciendo al poeta en su castillo
de Ferrara, y es Dulcinea del Toboso sorbiendo los sesos a aquel
pobre hidalgo cincuentón, amigo nuestro, que se llamó don Quijote, y que al
conjuro de una palabra trivial, dió en la flor de pasar los días de turbio en
turbio y las noches de claro en claro. Pero un te quiero es mucho más que los
sueños de los poetas, porque es también el drama del Calvario y el secreto de
nuestra maternidad, y la razón de vuestra vida, y hasta el anhelo, no turbado,
de nuestra esperanza y de nuestros sueños.
Y como no hay palabras triviales, señoras mías, quiero que
meditéis conmigo en ellas, que los hombres os las decimos torpemente, de
corrido, a flor de labio más que a flor de alma, porque en España, ni vosotras
sois amigas nuestras, ni nosotros, si prescindimos de las mujeres
familiares, solemos amigarnos más que con hembras libertinas y pasajeras que
pasan por nuestro corazón velozmente y sin dejar rastro alguno de luz en él. Vivimos
mujeres y hombres en España como hermanos siameses, con las espaldas vueltas y
la cabeza y el corazón de espaldas.
Los tenorios son, ante
vosotras, por la ausencia de trato, tontuelos tímidos que no dicen dos palabras
seguidas con sentido, y las mujeres pizpiretas e ingeniosas de suyo se exhiben
ante el hombre, al que no tratan ni conocen, en un plano de falsedad y de gazmoñería
que les hacen intolerables y poco gratas a la larga. Así, en lugar de ser
colaboradores, somos adversarios, de la clase de encubiertos, que son los
peores, y el afecto tranquilo, reposado y sereno de la amistad, se convierte,
entre las mujeres y los hombres de nuestra España, en una batalla, donde hacen
sus guiños el erotismo y la bestialidad con dessenfreno. Como no nos conocemos,
no podemos amarnos. Jugamos a engañarnos y a escondernos, como los chicos, y el
que engaña más es el que gana esta pobre y necia batalla de la mentira y de la
farsa. Como nos falta a los hombres, por regla general, el contacto con la
mujer, somos ásperos, violentos y duros, carecemos de delicadeza y no tenemos
esa flexibilidad encantadora, ese segundo pleno que vosotras dejáis adivinar
siempre en cualquier panorama espiritual vuestro, por sencillo y primitivo que
nos parezca, y como a vosotras, mujeres, os falta también el trato con el
hombre, que más que perverso es majadero -muchas de vosotras estáis ya en el
secreto- carecéis, a la vez, de cierto matiz de justeza y de ponderación que
suele faltaros, de cierta complejidad en el juicio, porque las cosas son mucho
más complicadas de lo que parecen, y no sabéis hermanar vuestro instinto
maravilloso, vuestro sagaz primer golpe de vista con la reserva en el fallo y
la ductilidad en la sentencia. Por no ser amigos vuestros, nosotros carecemos
de ternura y porque vosotras estáis siempre en estrategas con los hombres,
perdéis las batallas que debiérais ganar siempre, ya que rompéis el fuego en
primer lugar, elegís el escenario de la batalla y soleis también armaros de las
armas que más os convienen y con las que imagináis hacer los mayores estragos.
(Vittorio Grassi-1921)
El amor que no es hijo de la amistad no puede ser ni sólido ni
duradero. El amor que no se basa en el conocimiento ni en la exhibición no es
perfecto y sabio amor. Amore d'inteletto, amor de
conocimiento, amor de estimación, llama el Dante a su pasión por Beatriz
Portinari: pero el Dante conoce a Beatriz de niña, y es de una
familia gibelina, modesta y artesana como él, y sabe, por sus amigos y por las
novias de sus amigos, de su pureza y de su modestia, de sus encantos y de su
perenne y candorosa niñez espiritual. Don Quijote también conoce mucho a su
Aldonza; por eso le regala el trono de la Mancha y la hace princesa en el altar
de su corazón.
Durante algunos años, asiste Don
Quijote a misa los domingos en la parroquia del Toboso. A la salida ve a
la mozallona en el atrio, y al verla suspira fuertemente. Amor de silencio el
suyo, se desborda al cabo de unos años, y, la flor, colmada, se trueca en punto
de conquista y en gloria de aventuras. Y si pudiéramos explicar, a la usanza
humana, el amor de Teresa por Jesús, no lo explicaríamos, a buen seguro, de
otra suerte. Jesús y Teresa son, desde muy niños, los mejores amigos de la
tierra. Una buena tarde, Teresita, acompañada de su hermano Rodrigo, se
desgarra de su casa de Avila, porque desea que los infieles la descabecen para
ofrecer su cabecita en holocausto a su Dios. Lo que ocurre es que el buen Dios no tolera ese
sacrificio porque necesita de su Amada para poblar a España de palomares
rústicos. Y muere, ya vieja, en los brazos de su esposo, cuando florece un
almendro raquítico y seco que hay en el jardín del Convento de Alba de Tormes,
entre arpas y trompetas celestiales, que tañen y soplan los ángeles y
serafines, para celebrar los esponsales de Jesús y de Teresa, en los cielos,
por toda la eternidad.
Los
grandes amores son maduros y sazonados siempre. Prematuros, mueren antes de
florecer; y a destiempo, y pasados de estación, se agotan y pudren en los
sumideros del alma. Hay su primavera en el año del corazón, con sus brisas
abrileñas, y sus aguas de mayo, y sus auroras de rosa, y sus atardeceres
melancólicos y tibios, la primavera se repite muchas veces, muchas, pero ¡ay!
del que la deja pasar, sin asentar su brisa en el alma, más de dos o tres
veces. Viene de pronto, sin avisar, como un ladrón nocturno, viene de pronto,
como ha cantado en su maravilloso libro reciente Nuevas
canciones, este gran poeta que se llama Antonio Machado.
pero se marcha también de pronto sin avisar: lo mismo que llegó. Es inútil que la aprisionemos.
https://www.youtube.com/watch?v=PhBryQj8V20
Antonio Machado (CLIX)
Antonio Machado (CLIX)
LA PRIMAVERA HA VENIDO
Los niños, los días soleados, empuñan sus
manecitas imaginando que retienen los rayos solares, y lloran cuando no
advierten el eco del sol en la palma. Los hombres nos reimos, pero somos como
ellos, niños también. Queremos retener una primavera que nos acaricia, pero que
estamos muy lejos de merecer, y cuando alzamos los puños airados, y en lugar de
una plegaria de comprensión musitamos una blasfemia de odio, la primavera se
marcha de nosotros, ágil y risueña como una chiquilla de quince años, para
ceder el paso a un invierno turbio y negro, de aguaceros, de escarchas, de
hielos y de nieves.
Y es que el amor que trajo esa primavera, era un amor callejero.
Lo incubó tal vez el deseo, el deseo se vistió de hembras falsas, y fuimos juguete
de nuestra propia bestialidad inconfesada. Advertir, señoras mías, que el amor
verdadero no llega pronto, sino por sus pasos contados. Primero, es
conocimiento. Estimación después. Más tarde, recreo de presencia, ánsia de
comunicación, pérdida de la noción del tiempo...y del espacio. Y, al final,
maravilla, divina maravilla, milagro florecido. Mayo perenne y eterna!...¡Ay!
Quién no lo ha vivido no ha sido, verdaderamente, hijo de Dios. Porque todo el
mundo tiene entonces un sentido nuevo, y nuestro corazón conoce entonces el
sentido del mundo, y sentimos sus palpitaciones todas, en nuestro corazón, y la
cosa más pequeña, el minuto más liviano, lo colmamos buceando lo infinito en
unos ojos o encontrado el misterio de la vida en el silencio de unas palabras
que no supimos decir y que no sabremos decir tampoco nunca, pero nunca.
Estos amores de eternidad perduran siempre en nuestro espíritu,
sin que seamos desleales con los que vivimos honestamente después, a lo largo
de nuestra vida de luchadores. En la vida del hombre más desengañado y más
triste hay siempre faros luminosos, hijos de nieve, que son como regatos de
agua en un erial o como juncos y bardales de río en la paramera y en el
desierto. La madre primero, una amiga nuestra de la infancia, otra mujer –viva
acaso- en cuyos amores nos complacemos y deleitamos, con absoluto desinterés,
o, mejor todavía con el interés estético con asiste el poeta a la contemplación
de un cuadro de infinita belleza. Todos tenemos en el corazón una zona
infranqueable a la codicia y al deseo carnal, y esta zona recogerá los paisajes
más anchos de nuestra alma, acaso toda ella en toda su integridad, el día en
que vosotras, señoras mías, y nosotros, no esclavos, sino compañeros y señores
vuestros también, nos amiguemos en amistad leal y profunda, en camaradería
discreta y comprensiva, sin reñir batallas donde sólo debemos mirarnos cara a
cara, sin avergonzarnos y sin bajar los ojos, entre apretones de manos,
cediendo los hombres nuestro brazo de hierro para que sobre él caminéis, libre
y amorosamente, por la vida con vuestros sueños y haciéndonos vosotras,
mujeres, la merced de vuestra sonrisa, de vuestra piedad, de vuestra
tolerancia, de vuestra comprensión, para que nos sirváis de almohada blanda en
las horas de reposo y de freno –y también de espuela y de brida- en los
momentos de pelea.
Muchas veces pienso que las amarguras de nuestra España no tienen,
en el fondo, otra causa que este desconocimiento y esta distinción que reina
entre vosotras y nosotros. Somos injustos y crueles porque vosotras no nos
ayudáis; sois vosotras frívolas y ligeras porque no os apoyáis lealmente en
nuestro brazo para caminar con firmeza. Los pueblos fuertes son pueblo hogar,
como Inglaterra.
El home es, para el inglés corriente y
moliente, la chimenea y las zapatillas, sí, pero es también para el inglés toda
la vieja Inglaterra el home, la
casa, el hogar. Francia es más bien un pueblo-salón. Está de tertulia siempre.
Necesita el vino espumoso, y la carne fresca, y la causerie chispeante, y el virt que no compromete, y la
palabra que se desliza, insinuando demasiado o no insinuando nada. Pero España,
esta España de vosotras y de nosotros, esta España de vuestros hijos y de
vuestros novios , esta España que vosotras, más que nosotros hacéis, es un
pueblo de calle. Y es espantoso, frívolo y teatral. Pongamos toda nuestra
nobleza en él para que no se nos vaya de entre las manos, como de las manos de
los niños se escapan los rayos de sol.
Y ahora, señoras mías, ¡perdón y buenas noches! Mis palabras tal
vez han sido duras, porque son palabras de amor, os lo aseguro. ¡Perdón y buenas noches, señoras mías! »
A modo de explicación
Vemos que José Sánchez Rojas tiene temas a los que vuelve de alguna manera en todos sus escritos. La obra de Cervantes, está siempre presente.
Estaba al día de todas las novedades literarias. En diversos escritos habla con admiración y cariño de la poesía y de la persona de Antonio Machado.
Además de sus siempre trabajos excelentes como cronista, en el año 1923 José Sanchez Rojas había publicado 'Tratado de la perfecta novia' y en sus páginas prometía -para un futuro- el 'Tratado del perfecto amor'. No llegó a publicarlo, si bien en cada uno de sus textos es casi imposible no descubrir la importancia que daba a este sentimiento en su vida.
La situación política en ese año 1924, era preocupante, pero, como sabemos, también requería una llamada de atención para la imagen que devolvía la sociedad de nuestro país respecto a las relaciones entre hombres y mujeres.
Nota:
(He intentado transcribir el texto tal y como apareció publicado, respetando hasta alguna incorrección. )
https://www.youtube.com/watch?v=b5A8WlSTa48
Palladini e Gargano - Donne ch'avete intelletto d'amore -
(El texto es de Dante Alighieri)
(imagen "Dante y Beatriz, pintura de 1884 realizada por el pintor Henry Holiday)
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Palladini e Gargano - Donne ch'avete intelletto d'amore -
(El texto es de Dante Alighieri)
(imagen "Dante y Beatriz, pintura de 1884 realizada por el pintor Henry Holiday)
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